EMDR
EMDR puede utilizarse ventajosamente para tratar el impacto de recuerdos traumáticos aislados, así como para aliviar lo que, en relación con las heridas infantiles, resulta ser una fuente de bloqueo en un proceso terapéutico clásico. Una vez levantado el bloqueo, los problemas se alivian. Y ya podemos avanzar tanto en nuestra vida como en el trabajo terapéutico.
EMDR
Utilizado inicialmente de manera muy ventajosa para tratar el impacto de los recuerdos traumáticos, particularmente entre los veteranos de guerra, este enfoque hoy en día, va dirigido a las personas con recuerdos traumáticos, cualesquiera que sean su origen y su grado.
Así, EMDR propone tratar las consecuencias físicas, psicológicas y relacionales derivadas del trauma.
Pero el utilizar este término, nos lleva muy espontáneamente a pensar en acontecimientos puntuales extremadamente graves que han impactado masiva y profundamente la vida psicológica del sujeto; y pocas personas todavía vinculan ciertas experiencias consideradas más banales con el carácter traumático que éstas pueden adquirir; es decir, aquellas experiencias cuya repetición y carácter crónico generan recuerdos tan dolorosos, incapacitantes y difíciles de vivir como aquel que proviene de un evento aislado de extrema gravedad.
Accidentes, violaciones, ataques, guerras, son ejemplos de lo que en EMDR llamamos “traumas grandes”. Lo que tienen en común estas situaciones violentas es que despiertan en el sujeto un temor inmenso a perder su propia vida o la de un ser querido. La integridad se ve repentina y masivamente amenazada.
Pero no hace falta vivir situaciones tan extremas para sufrir consecuencias de lo traumático.
Algunos autores han demostrado que la suma de “pequeños traumas” distribuidos en el tiempo tenía un efecto similar al de un trauma masivo aislado. Si no provocan temor por la vida en el momento en que se experimentan, se caracterizan por su capacidad para debilitar el propio sentimiento de identidad. Situaciones repetidas de abandono, rechazo, humillación, injusticia y/o traición... pero también experiencias crónicas de maltrato o falta de atención (cualquiera que sea el grado), son muchas las experiencias posibles que marcarán la historia de muchos de entre nosotros.
Por lo general, dichas experiencias son reveladoras de un apego cuya construcción resulta haber sido problemática en mayor o menor medida según la persona, hasta mermar seriamente su propio sentimiento de seguridad.
Por este motivo y porque el término “trauma” tiene fuertes connotaciones, prefiero hablar de “herida”. Y uso este término en un sentido muy cercano al que Lise Bourbeau nos acercó al referirse a las cinco heridas del alma que ella brillantemente teorizó. Todos tenemos heridas infantiles que a menudo nos hacen comportarnos según patrones defensivos compensatorios que en su momento parecieron ser útiles para no sufrir tanto, pero que hoy en día, resultan contraproducentes debido al potencial inhibidor que traen consigo.
A menudo resulta difícil eliminar dichas estrategias porque quién las sigue utilizando, es aquel niño interior que se quedó congelado por el miedo y el dolor y que las circunstancias del presente está reanimando dentro de nosotros, adultos de hoy... El niño sigue creyendo que así, se salvará cuando en realidad, para quienes somos hoy en día, eso resulta contraproducente.
¿Qué decir, por ejemplo, del sujeto que, habiendo vivido muchas situaciones de abandono en la infancia, se siente empujado a desplegar un arsenal de conductas dictadas por el miedo a revivir lo que generó el daño? Esa persona habrá desarrollado conductas que le llevan a reforzar su dependencia hacia el padre, la madre... el Otro. Otro que, hoy en día se siente constreñido por la dependencia del sujeto, y que, en respuesta, refuerza el abandono hacia el sujeto, haciendo que se repita, para el, la herida inicial.
¡Espantoso círculo vicioso!
¿Cuántos de nosotros implementamos estrategias que, en última instancia, sólo nos aportan lo que precisamente queríamos evitar?
Cada adulto alberga dentro de sí a este niño herido dispuesto a expresar su inmenso dolor en cuanto experimenta una situación que le recuerda la herida - una herida que no pudo ser procesada en su momento y que, en cada ocasión, puede ser revivida con la intensidad de antaño. Así es como ese niño interior herido despierta y se enfrenta de nuevo a la situación de una manera siempre superlativa y potencialmente destructiva – ¡con la misma intensidad que en el pasado! Como si, de repente, este pasado le agarrara y ese mismo niño reapareciera violentamente en el adulto en el que nos hemos convertido.
Mientras la herida no esté “purgada” o "apaciguada", parece que albergamos una bomba de relojería dispuesta a dispararse al antojo de las circunstancias... Así es como estamos condenados a revivir una y otra vez, y de manera indefinida, más de lo mismo.
Precisamente en este contexto, el uso de EMDR en mi práctica adquiere todo su significado:
Cuando el proceso terapéutico parece estancarse en torno a situaciones y temáticas que reactivan heridas de la infancia de forma tan dolorosa que uno ya no quiere estar dándole vueltas, puede resultar sumamente ventajoso utilizar este proceso para desactivar la emoción vinculada.
Ciertas heridas, por su profundidad y el dolor que producen, parecen inmunes al desarrollo terapéutico y el EMDR puede darle un nuevo empujón a un proceso que estaba en riesgo de ruptura.
Liberados de una carga emocional que resultaba difícil de tolerar, los recuerdos vinculados a situaciones dolorosas dejan de ser disfuncionales. Ya no hacen que se disparen las viejas estrategias que reaniman la herida sino que, al presentarse semejantes situaciones, dichos recuerdos pueden ser movilizados de una manera adaptativa...
Esto tiene dos efectos notables para el sujeto:
. Por un lado, se eliminan los obstáculos y el proceso terapéutico puede continuar. Ahora, es posible repensar, revivir el pasado doloroso y elaborarlo sin que esto despierte miedos y malestares insoportables. El proceso terapéutico ya no está amenazado.
. Por otra parte, esto mejora considerablemente la calidad de vida del sujeto. Al no tener que depender ya de las intensas reacciones del niño herido cada vez que una situación del presente despierta una herida intolerable del pasado, ese mismo sujeto se libera de una carga considerable. El adulto de hoy se encuentra perfectamente integrado y reconciliado en sus diferentes partes de si-mismo.
Estudios que utilizan la neuroimagen han demostrado que las estimulaciones realizadas durante las sesiones activan -sincronizándolas y transformándolas - grandes redes neuronales implicadas en la memoria y el procesamiento emocional de la información. Esto tendría el efecto de aumentar la integración de la información... información que, antes de ser procesada, se mostró inintegrable y condenada a repetirse tal cual y de manera destructiva e indefinida en la vida del sujeto.
Así, parece que el tratamiento permite atenuar el peso de recuerdos. Eso permite deshacernos de las viejas estrategias lo cual brinda la posibilidad de responder a las situaciones de manera mucho más adaptativa y, por lo tanto, de restablecer la sensación de seguridad, de paz y de armonía interior.
Se puede incluir EMDR de manera puntual en el marco de una terapia analítica clásica. Pero, para una terapia específicamente EMDR, las sesiones tienen una frecuencia semanal o quincenal y una duración de hora - hora y cuarto.
Su coste es de 60 Euros.